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El teatro posterior a la guerra civil

De Wikillerato

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Las angustias existenciales, primero, y las inquietudes sociales, más tarde, habituales también en la poesía, el cine y la narrativa española de la época, adquieren especial relieve en la obra de Antonio Buero Vallejo y en la de Alfonso Sastre, quien funda, en 1950, el TAS (Teatro de Agitación Social) y, en 1960, el Grupo de Teatro Realista (G.T.R.).

A la sombra de ambos autores van a surgir, a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta, diversos dramaturgos —Lauro Olmo, José Martín Recuerda—, a los que habitualmente se agrupa bajo la denominación de Generación realista.

Dichos autores, con la intención de poner al descubierto las injusticias y contradicciones existentes en el seno de la sociedad española, y sin adscripción específica a una ideología concreta, sienten inclinación por un teatro crítico, comprometido y testimonial. También, con el fin de establecer un paralelismo entre el pasado y el presente, cultivan con frecuencia el teatro histórico. Todos ellos se mantuvieron al margen de los experimentos vanguardistas y del teatro del absurdo. Sin embargo, la estética realista deriva, con frecuencia, hacia el esperpento (en Martín Recuerda) y hacia la farsa popular y el ambiente desgarrado del sainete (en Lauro Olmo).

Muy avanzada la década de los sesenta comienza a desarrollarse un teatro de carácter experimental y vanguardista, que ha recibido diversas denominaciones: subterráneo, del silencio, maldito, marginado, inconformista, soterrado, innombrable, encubierto, de alcantarilla, etc. Entre sus representantes, de muy distinta formación y edades, hay que mencionar a: Fernando Arrabal, quien inició su carrera mucho antes, Francisco Nieva, que alcanzará notables éxitos a partir de 1975, y Miguel Romero Esteo, cordobés afincado en Málaga.

Surgen también numerosos grupos independientes —Els Joglars, Els Comediants, La Cuadra, Teatro Libre, etc.— que buscaron con ahínco una línea de trabajo peculiar e inconfundible.

Sin embargo, el tan esperado florecimiento teatral no se produjo. Las obras publicadas o estrenadas en este período de tiempo ofrecen, con pocas excepciones, un interés limitado, y, como consecuencia, el público, que, además, tiene cubiertas, a través del cine y de otras formas de comunicación, sus necesidades de diversión y de verse representado artísticamente, se siente cada vez menos atraído por este género literario.

De los dramaturgos que iniciaron su carrera en décadas precedentes, Antonio Buero Vallejo y Antonio Gala han mantenido una presencia continuada en los escenarios. Los vinculados a la corriente realista que dominó en los años cincuenta y sesenta, en las escasas obras que han podido estrenar, han mostrado, junto a su fidelidad a antiguos presupuestos estéticos, una mayor inclinación por recrear e interpretar asuntos de la historia pasada. Los autores del teatro experimental que proliferó entre 1968 y 1975 han tenido, si se exceptúa a Francisco Nieva, grandes dificultades para dar a conocer sus producciones. Aunque no son un autor individual, merece destacar en este apartado del teatro de experimentación al grupo La Fura dels Baus.

Los dramaturgos que al terminar la guerra, o en épocas posteriores, se exiliaron —Max Aub, Rafael Alberti, León Felipe, Pedro Salinas, José Bergamín, Jacinto Grau, etc.— permanecieron, con excepciones irrelevantes, alejados de nuestros escenarios.

Mejor acogida han tenido otros dramaturgos de la vieja guardia — Ramón María del Valle-Inclán, Federico García Lorca y, en menor medida, Miguel Mihura, Jardiel Poncela y Alejandro Casona.

Por otra parte, diversos novelistas y ensayistas —Carmen Martín Gaite, Eduardo Mendoza, Miguel Delibes, Javier Tomeo, Fernando Savater— han hecho sus pinitos en este género, con creaciones originales o con adaptaciones dramáticas de algunos de sus relatos.

También, como ha ocurrido en épocas pasadas, los empresarios han abierto sus puertas, preferentemente, a los cultivadores de un teatro de evasión, humorístico, de corte folletinesco o moralizador y de crítica amable y superficial. Entre los más favorecidos han estado Ana Diosdado y Juan José Alonso Millán.

De los dramaturgos que han iniciado o consolidado su carrera en estos años, algunos —Álvaro del Amo, Sergi Belbel, Vicente Molina Foix, entre otros— han permanecido fieles a procedimientos vanguardistas e innovadores —las exploraciones de mundos oníricos, la apropiación de técnicas habituales en el cine y en el teatro del absurdo y el intento de derribar las barreras que separan la realidad de la ficción y la vida de la apariencia han sido los más habituales— y, en algunos casos, se han decantado por actitudes nihilistas y por la denuncia, mediante el empleo a veces de símbolos y alegorías, de diversos aspectos de la sociedad contemporánea. Otros —en especial, Fermín Cabal, Fernando Fernán Gómez, Paloma Pedrero y José Sanchís Sinisterra—, aunque puedan servirse esporádicamente de técnicas más novedosas, se han esforzado por revitalizar el sainete, la farsa, el esperpento, la comedia de costumbres, el drama naturalista y el realismo poético y fantástico. A través de estas modalidades dramáticas han pretendido dar testimonio de los problemas de la sociedad en que viven (la violencia, el paro, la droga, la delincuencia y las más diversas formas de opresión social), en encontrar nuevos ángulos para enfrentarse a conflictos habituales del ser humano (la soledad, la incomunicación, el desvalimiento, la marginación, el amor, el sexo, la frustración, la desesperanza, la necesidad de romper con prejuicios atávicos, las posibilidades de un cambio social, encaradas casi siempre con notable escepticismo, etc.) o han tenido como meta el juego intrascendente y ameno.

Referencias

  1. El contenido de este artículo ha sido tomado del artículo Teatro español de la segunda mitad del siglo XX de Wikipedia, la enciclopedia libre.
   
 
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