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La evolución

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Uno de los principales problemas que encontró Darwin para sostener su teoría fue que no disponía de un mecanismo que explicase cómo se producían variantes y cómo, además, éstas eran heredables. Darwin se adscribió a la teoría de la pangénesis, que afirmaba que los rasgos de los padres eran transmitidos por una sustancia contenida en los óvulos y los espermatozoides, que se mezclaba en el momento de la fecundación.
Uno de los principales problemas que encontró Darwin para sostener su teoría fue que no disponía de un mecanismo que explicase cómo se producían variantes y cómo, además, éstas eran heredables. Darwin se adscribió a la teoría de la pangénesis, que afirmaba que los rasgos de los padres eran transmitidos por una sustancia contenida en los óvulos y los espermatozoides, que se mezclaba en el momento de la fecundación.
Pero tal y como hizo notar el ingeniero escocés Fleeming Jenkin, este mecanismo era del todo incompatible con la teoría de la selección natural: si sólo uno de los dos progenitores presenta el nuevo rasgo, la mezcla tendrá el efecto de diluirlo, y al cabo de pocas generaciones habrá desaparecido totalmente. El propio Darwin admitía esta dificultad, y reconocía que hasta que no existiese una teoría coherente de la herencia, su teoría de la evolución no estaría completa.
Pero tal y como hizo notar el ingeniero escocés Fleeming Jenkin, este mecanismo era del todo incompatible con la teoría de la selección natural: si sólo uno de los dos progenitores presenta el nuevo rasgo, la mezcla tendrá el efecto de diluirlo, y al cabo de pocas generaciones habrá desaparecido totalmente. El propio Darwin admitía esta dificultad, y reconocía que hasta que no existiese una teoría coherente de la herencia, su teoría de la evolución no estaría completa.
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[[Categoría:Biología]]

Revisión de 14:25 6 ago 2008

Hacia finales del siglo XVIII se habían reunido tantas evidencias desde la paleontología, la taxonomía o la anatomía comparada, que comenzaba a calar entre la comunidad científica la idea de que las especies no eran entidades fijas e inmóviles. Los primeros intentos en encajar esta nueva perspectiva con la ortodoxia predominante se limitaron simplemente a colocar a Dios como agente del cambio, pero pronto aparecieron voces que se atrevieron a plantear otras alternativas. Posiblemente la más famosa de aquellas fue la de Jean Baptiste de Monet, Caballero de Lamarck, con su teoría de la herencia de los caracteres adquiridos; que a pesar del mérito de ser la primera en aportar una hipótesis racional sobre el origen de las especies, con tan injusta mala fama ha llegado hasta nosotros.

Por aquel entonces era comúnmente creído que las modificaciones que un organismo experimentaba durante su vida serían transmitidas a su descendencia. Uno no hubiera desentonado en una reunión de la Royal Society de Londres si hubiera argumentado, por ejemplo, que los hijos de los campesinos tienden a ser más morenos que los hijos de la alta burguesía porque sus padres, que han adquirido el bronceado debido a su trabajo, les han transmitido ese rasgo.

Basándose en estas creencias, Lamarck argumentó que todos los individuos de una población experimentarían los mismos cambios ya que todos están sometidos a los mismos factores ambientales y a las mismas actividades. Como estas modificaciones serían transmitidas a su descendencia, con el paso del tiempo las poblaciones irán cambiando paulatinamente hasta que el grado de diferencias con sus ancestros las haga dignas de ser denominadas una nueva especie.

Sin embargo, la propuesta de Charles Darwin (y de Russell Wallace, que la concibió independientemente a miles de kilómetros de distancia) hacía hincapié en la existencia de variantes entre los individuos de una población, cuyas diferencias, además de ser heredables, suponían una pequeña ventaja o desventaja a la hora de sobrevivir y reproducirse. En palabras del propio Darwin:

I have called this principle, by which each slight variation, if useful, is preserved, by the term Natural Selection

Eran precisamente estas ventajas o desventajas las responsables en última instancia de que, generación tras generación, unas variantes se fueran imponiendo sobre las otras hasta que en el extremo, conformasen una nueva especie. Es decir, a diferencia de la propuesta de Lamarck, no es toda la población la que cambia en conjunto, sino que lo que cambia es la abundancia relativa de las distintas variedades de individuos.

Uno de los principales problemas que encontró Darwin para sostener su teoría fue que no disponía de un mecanismo que explicase cómo se producían variantes y cómo, además, éstas eran heredables. Darwin se adscribió a la teoría de la pangénesis, que afirmaba que los rasgos de los padres eran transmitidos por una sustancia contenida en los óvulos y los espermatozoides, que se mezclaba en el momento de la fecundación. Pero tal y como hizo notar el ingeniero escocés Fleeming Jenkin, este mecanismo era del todo incompatible con la teoría de la selección natural: si sólo uno de los dos progenitores presenta el nuevo rasgo, la mezcla tendrá el efecto de diluirlo, y al cabo de pocas generaciones habrá desaparecido totalmente. El propio Darwin admitía esta dificultad, y reconocía que hasta que no existiese una teoría coherente de la herencia, su teoría de la evolución no estaría completa.

   
 
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